jueves, 27 de agosto de 2009

Un seis de abril

Seis de abril del dos mil siete
La mañana amaneció con lluvia, suave, niebla sobre el campo y un frío que cala hasta los huesos.
He recogido los vasos vacíos con manchas de labios en la mesa, al tiempo que la memoria hace por recordar el sueño de la pasada noche y me digo ante el espejo, pero qué estúpido eres!, anoche… no dormiste.
Abro ventanas, puertas, el frío me hiela. El calor de mi cama va escapándose como aquella llamada telefónica que acaba y es como si se esfumase desde un principio. Preparo mi taza de café y unas tostadas, al unísono voy peinándome y abriendo los ojos, sigo intentando recordar el sueño que no he tenido, será ese el deseo de haber estado en aquel sitio sin que se haya dado.
Miro la agenda, me lavo los dientes, abro el correo, también a la vez. El olor de esa chaqueta a perfume de mujer me hace desayunar con ella. Un trozo de hielo moja ahora mis labios, manos en la arcilla y la mente en blanco.
Me pregunto si hay calor dentro de mí para fundir este hielo que juega con mi lengua. Me pregunto si este día vale más para mí que cualquier otro. Me pregunto si no haría mejor lléndome a las ramblas a tomar un buen café, luego coger el lienzo y pintar esto que modelo en este momento o pintar ese sueño que no viví.

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